La revolución digital está terminando en casi todo el mundo con el cine analógico, pero en Berlín un grupo de jóvenes cineastas siguen defendiendo las virtudes del celuloide y se unieron para defender su opción artística.
El cine digital cambió el séptimo arte al punto que prescinde de la realidad: de Avatar a la escena del ataque del oso en The Revenant , los efectos especiales logran resultados fuera del alcance del celuloide fotoquímico. Los proyeccionistas de las salas que todavía operan con 35mm —cerca de la mitad en América Latina pero ya muy pocas en Europa— usan grúas portátiles para levantar bobinas que, tras el montaje, pueden superar los 200 kg.
Junto con las enormes máquinas de proyección, aquellas bobinas están pasando a ser cosa del pasado y el digital reduce todo eso a un simple disco duro, para el mismo resultado y por mucho menos dinero. Y ni que hablar a la hora de filmar. ¿El mismo resultado? No todos los cinéfilos están de acuerdo, al punto que en Hollywood la última Guerra de las Galaxias o el filme más reciente de Quentin Tarantino regresaron por ejemplo al soporte analógico, que según sus defensores tiene un grano, una sensibilidad y una definición superiores.
Desde que Kodak quebró y Fuji dejó de fabricar películas, en Francia, Alemania, Estados Unidos o Canadá comenzaron a aparecer iniciativas a favor del cine analógico. Algo parecido a lo que sucedió con los discos de vinilo, también despreciados por el bando digital como una mera supervivencia nostálgica. LaborBerlin, una asociación de cine independiente y sin fines de lucro de Wedding, barrio popular con incipiente población bohemia en el norte de la capital, realiza y procesa a mano cine de 16 mm.
AP
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