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sábado, 13 de abril de 2013

EL CINE HA MUERTO… VIVA EL CINE



Por: Alberto F. Casuso

“El cine se hace para contar historias”, ésta frase tiene tanto de cierto como de falso.

Por una parte podemos ver que la tendencia generalizada en el cine es a contar historias sobre personas, situaciones o lugares que ocurren en un espacio definido de tiempo. Pero por otra parte, si analizamos la historia del cine, podemos ver que desde el comienzo esto fue así. Al ser una disciplina artística tan joven el cine ha estado estancado contando historias. Probablemente algunos puristas estén tirándose de los pelos al llegar a estas líneas, pero como voy a tratar de explicar en los próximos párrafos… el cine ha muerto, ¡Viva el cine!

Haciendo un paralelismo con la literatura, estaremos todos de acuerdo en que dentro de este arte existen diferentes formas de contar las cosas. Existe el ensayo donde una persona trata de defender una posición sobre un tema. También está la novela, el cuento y la poesía. Todas estas últimas de carácter un tanto más narrativo, excepto la poesía que es un arte que juega con la construcción del lenguaje.

Dentro del género cinematográfico también existen varias formas de contar las historias. Existe lo que sería la novela cinematográfica que abarca el 90% de la producción de cine, el documental, que podría asemejarse a un texto periodístico o un libro de investigación y aquí acaba todo. Así es, sin tener en cuenta la producción audiovisual de series, telenovelas etc., la producción de cine se limita a dos corrientes que han alcanzado un nivel de especialización muy grande. Es por eso que parece que los géneros de cine son géneros en sí cuando en realidad es un mismo género que abarca diferentes temas.

Es muy diferente ver una película de Kim Ki Duk o una de Ridley Scott pero las diferencias entre ellas no son más que de carácter narrativo. Mientras que uno se centra en la acción con un lenguaje muy plano y digerible, el otro se centra en experimentar las historias y las formas del lenguaje. El cine ha llegado a un nivel de especialización tan grande que ya damos por hecho el estilo de película que vamos a ver.


Hace poco hablaba con un amigo la película de Terrence Malick  “The tree of life” o “El árbol de la vida” en español; mi amigo sostenía que el filme de Malick no era una película en sí, porque las películas eran de carácter narrativo (lo que yo llamaría una novela cinematográfica) mientras que la obra de Malick era algo más de carácter descriptivo, a lo que yo le respondí que el problema no era de definición sino de raíz. En realidad la película de Malick sería como un tipo de ensayo cinematográfico que se aleja de una narrativa tradicional y que establece un punto de partida para todo aquel que quiera usar el recurso cinematográfico para contar sus historias. Mientras que unos pueden elegir el camino de la novela otros elegirán el del ensayo o el de la poesía y entonces será cuando en el cine comience a haber una diversidad real. Ya no existirán los directores de cine, sino que ya podremos diferenciarlos como en literatura a ensayistas, novelistas, cuentistas y poetas.

Llegados a este punto podríamos pensar que las categorías son como las cárceles. ¿Qué tal si yo no quiero encerrar a mi película en un género definido? Perfecto, de hecho, de eso se trata, de salirse del estándar de buscar nuevas formas y metas y sobretodo de hacer cosas nuevas. Pero las categorías y las definiciones son inherentes al arte, hay que poder diferenciar el arte para valorarlo dentro de su género. La crítica al arte es una de las formas que tiene éste para evolucionar y para poder criticar hay que valorar las obras en conjunto. Por eso es que no podemos valorar la película de Malick comparándola con “Rápido y furioso” o con “La perla”. “El árbol de la vida” necesita de una crítica diferente.

El cine necesita muchos cambios y uno de ellos es la exploración de los géneros. Lo bueno de este arte es que no solo puede existir como ensayo o novela, al contener elementos de otras artes, puede haber cine retrato, cine paisajístico, cine autocrítico (En este rubro Greenaway se destaca de otros autores) o cualquier clase de cine que se nos ocurra, porque incluso él mismo puede inventar sus propios géneros.

 




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