Ciento treinta y seis años de efectos especiales en un video de tres minutos fue el tributo realizado por Jim Casey con la música de Liberi Fatali, de Noubo Uematsu y que nos lleva por el camino de los efectos especiales en una espiral de emociones implícitas.
Un tour de force, vértigo de transformación, rayos láser, fantasmas, hologramas, mares que se abren, mujeres que vuelan, monstruos que invaden la ciudad, robots inteligentes, naves espaciales, rayos de la muerte, realidades que se doblan, mundos hechos de la misma sustancia que el sueño.
Algunas personas son críticas, con cierta razón, de la dependencia que se ha generado entre la industria hollywoodense y los efectos especiales, dejando de lado la riqueza narrativa y las actuaciones de peso, para enfilarse en infaltables persecuciones de robots explotando en cielos hechos por computadora. De cualquier forma el arte de los efectos especiales es parte de una versión tecnológica de la magia, un movimiento en acorde a la evolución de nuestra cultura que extiende sus sentidos a través de herramientas.
La evolución de los efectos especiales, también traza la evolución de nuestro modelo de mundo: de un modelo mecánico donde los efectos tenían que hacerse con prestidigitación circense en un soporte físico o efectos analógicos de cámara a un modelo cuántico donde todo es información y todo puede ser manipulable y programable, el mundo como una simulación digital: las montañas y las galaxias son ceros y unos. Apropiadamente uno de los programas que se usa en el CGI, se llama Maya, la diosa de la ilusión, que seduce con la belleza de la irrealidad.
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