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lunes, 3 de noviembre de 2008

CINE CHILENO, LA OTRA HISTORIA



Por esos años se publicaba trimestralmente en Chile la revista “Primer Plano”, en cuyas 120 páginas se incluían críticas a películas, entrevistas a cineastas como Costa-Gavras, especial Truffaut, especial cine checoslovaco, dossier del cine surrealista, en fin un completo documento de lo que sucedía en el panorama cinematográfico de ese momento. Raúl Ruiz y Littin daban que hablar con Tres Tristes Tigres y El chacal de Nahueltoro, Aldo Francia acababa de estrenar “Ya no basta con rezar”. En la música Víctor Jara y Quilapayún llenaban estadios. Manuel Calvello dirigía Televisión Nacional, y en las calle la ciudadanía intentaba hacerse del poder. Entonces los cineastas de la Unidad Popular decidieron escribir este manifiesto del cual me he permitido subrayar algunos puntos por su lucidez y sensibilidad. Y dice:


Declaramos:

1. Que antes de cineastas, somos hombres comprometidos con el fenómeno político y social de nuestro pueblo y con su gran tarea: la construcción del socialismo.
2. Que el cine es un arte.
3. Que el cine chileno, por imperativo histórico, deberá ser un arte revolucionario.
4. Que entendemos por arte revolucionario aquel que nace de la realización conjunta Del artista y del pueblo, unidos por un objetivo común: la liberación. Uno, el pueblo, como motivador de la acción y en definitiva el creador, y el otro, el cineasta, como su instrumento de comunicación.
5. Que el cine revolucionario no se impone por decreto. Por lo tanto, no postulamos una forma de hacer cine sino antes tantas como sean necesarias en el transcurrir de la lucha.


6. Que, no obstante, pensamos que un cine alejado de las grandes masas se convierte fatalmente en un producto de consumo de la élite pequeña burguesa que es incapaz de ser motor de la historia.
El cineasta, en este caso, verá su obra políticamente anulada.
7. Que rechazamos todo sectarismo en cuanto a la aplicación mecánica de los principios antes enunciados, o la imposición de criterios formales oficiales en el quehacer cinematográfico.

8. Que sostenemos que las formas de producción tradicionales son un muro de contención para los jóvenes cineastas y en definitiva implican una clara dependencia cultural, ya que dichas técnicas provienen de estéticas extrañas a la idiosincrasia de nuestros pueblos.

9. Que sostenemos que un cine con estos objetivos implica necesariamente una evaluación crítica distinta, afirmamos que el gran crítico de un film revolucionario es el pueblo al cual va dirigido, quien no necesita “mediadores que lo defiendan y lo interpreten”.

10. Que no existen filmes revolucionarios en sí. Que éstos adquieren categoría de tales en el contacto de la obra con su público y principalmente en su repercusión como agente activador de una acción revolucionaria.
11. Que el cine es un derecho del pueblo y como tal deberán buscarse las formas apropiadas para que éste llegue a todos los chilenos.
12. Que los medios de producción deberán estar al alcance por igual de todos los trabajadores del cine y que en este sentido no existen derechos adquiridos sino que, por el contrario, en el gobierno popular, la expresión no será un privilegio de unos pocos, sino el derecho irrenunciable de un pueblo que ha emprendido el camino de su definitiva independencia.
13. Que un pueblo que tiene cultura es un pueblo que lucha, resiste y se libera.

CINEASTAS CHILENOS, VENCEREMOS.”

Es bastante sorprendente para nosotros, sumergidos en un apático quehacer, el entusiasmo, un tanto ingenuo a nuestros actuales ojos, con el que los cineastas chilenos de esa época entendieron su labor de artistas. Este manifiesto es a su vez una declaración de principios políticos, y un rayado de cancha artístico, en el cual la creación cumple un rol fundamental en la lucha por una sociedad más justa, más feliz, más realizada. Aparece entonces el punto más destacable del manifiesto, vale decir, su comprensión del arte como una experiencia creativa, más que como un producto o un resultado, en donde los jueces no son los severos portadores de la verdad sino el pueblo, y en un último término los seres humanos que participan de la experiencia de la creación. Poco importa si el resultado es arte o no, a pesar del segundo punto del manifiesto, el método y los objetivos que la inspiran y posibilitan, son los verdaderos valores que dan peso a una obra. Podemos entenderlo entonces como un cine revolucionario, y no sólo de izquierda, ya que saca el arte del Olimpo y su cómodo lugar de lo sublime, para desacralizarlo y volverlo artesanía, documento, recuerdo, alegría, encuentro, unión, en definitiva para que su belleza esté fundada en el tiempo, el trabajo y las ideas compartidas y no en su cumplimiento o ruptura con las estéticas y técnicas extrañas y elitistas con las que se pretende juzgar el arte.


35 años después, golpe, dictadura y transición mediante, ¿Qué herencia han rescatado los cineastas chilenos actuales, de esos padres lejanos y ausentes? Muy poca. Evidentemente producir cine bajo el prisma del manifiesto de los cineastas de la Unidad Popular sería un anacronismo, de partida por que ya no estamos en la Unidad Popular. Sin embargo, también es vergonzoso o al menos misterioso el hecho de que sea tan poca la herencia de esa escuela cinematográfica en los nuevos realizadores. Existe la Escuela de Cine de Chile, en donde enseñan varios de los técnicos y cineastas de esa época, pero en los egresados de ese lugar no se ve una influencia clara de sus lejanos antecesores. En la memoria de los sectores de derecha y de centro existe el antiguo prejuicio de que el cine chileno es fome, muy politizado y con mucho garabato y ordinariez. La historia del cine chileno está bloqueada, como tantas otras historias y memorias. Ni el gobierno, ni las organizaciones artísticas y culturales chilenas han sido capaces de rescatar el riquísimo patrimonio cinematográfico y artístico chileno, y cuando se ha hecho ha sido bajo un marco amarillento y políticamente correcto. Tv nunca ha programado el cine de esa época, películas rebosantes de premio y valor histórico. En los últimos años la Cineteca Nacional, albergada en un frío y subterráneo edificio ha hecho algún esfuerzo. Pero antes rescatar la herencia negada, tienen que haber herederos interesados.

Tal vez inconscientemente el cine chileno sí ha rescatado una herencia de su historia creativa, aquella del “boom” de películas picarescas y populares de los años 40. Un evento mucho más lejano que el de los cineastas de los años setentas pero que sin embargo ha tenido repercusiones en las nuevas expresiones encontrando sus extensiones en películas como El chacotero Sentimental, Sexo con Amor, La fiebre del loco, o el mismo che copete. Más suspicacia nos despierta entonces el hecho de que Chile no se anime a mirar el cine de un periodo, que es cierto, ha sido uno de los más difíciles y dolorosos de su historia.

Sin embargo no es mi intención juzgar a los nuevos creadores por esa obstinación, mal que mal nos podemos poner sociologistas y plantear que cada época produce el cine que la representa. La Unidad Popular un cine político y, valga la redundancia, popular, la dictadura muy poco cine, salvo Caiozzi y Cristián Sánchez (no el periodista facho que cubrió el golpe sino el cineasta que hace unos cursos muy buenos en la facultad de artes de la chile y cuya película “El Zapato Chino”), y la transición un cine elitista, comercial o, en su versión un poco más interesante, un cine de la clase alta inserta en el sistema en el que vivimos. Sin embargo me parece que vale la pena que los jóvenes realizadores se encuentren y se pongan a pensar qué hacer con esas handycam y el Adobe Premiere pirateado que tienen en sus casas, que podrían dar, un esperado, nuevo auge a nuestro cine.


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