AMBROSÍA AUDIOVISUAL
PARTE II
Por Claudia Ayala
¡Cierra los ojos!... Imagina que vives una fantasía musical estilo Hollywood. Pero ¿quién sería el afortunado director de tu vida, de ese sueño? Tal vez te agrade la idea de un renombrado realizador o prefieras a un completo desconocido, dando la oportunidad a los nuevos cineastas. En dicha utopía ¿se representaría la transición del cine silente al sonoro o simplemente se dejaría a un lado ese momento trágico para muchos y trascendente para otros?
Tal vez recuerdes una película o dos o más con esa idea. La más reciente fue “El Artista” de Michel Hazanavicius (“The Artist”, 2011). Tanto la prensa como los especialistas opinaron muy bien de la película recién nombrada; personas fuera del medio mencionaron que era aburrida, tediosa y no tenía razón de ser. No cabe duda de que nuestro mundo ha avanzado en tecnología, pero me cuestiono en repetidas ocasiones acerca de “si hemos madurado y aprendido de experiencias colectivas”.
Varias casas productoras o estudios cinematográficos sufrieron al incorporar sonido en sus proyectos. Es sabido que famosos acudieron a clases de dicción, de moderación de la voz e incluso de idiomas para continuar trabajando. Y no es precisamente que el cine se contemplará muy distante del teatro, simplemente no se llego a pensar como una posibilidad inmediata.
Algunos tuvieron la oportunidad de vivir la experiencia de las radionovelas o radioteatro como el mejor exponente masivo, haciendo un hábito de él (incluso mayor que el que la televisión ha provocado). En lo personal me hubiese encantado escuchar a Orson Wells aquel día en que toda una nación quedo pasmada al escuchar que los extraterrestres llegaban al planeta tierra. Seguramente estaría asustada, más bien aterrada. El mundo ya no sería el mismo y es justamente lo que nos gusta de las películas, cortos, animaciones, del teatro… que cambia nuestra visión y perspectiva.
Recuerdo muy bien el día que vi por primera vez “Bailando en la oscuridad” de Lars von Trier (“Dancer in
the Dark”, 2000). La experiencia fue maravillosa y no solamente porque era la única persona en la sala. La pantalla completamente en negro, silencio total, una nota del director invitando al espectador a aguardar un minuto en silencio, ser paciente y permanecer sentado en la butaca. No solo se crea un lazo de complicidad y amistad con Selma, vives su vida por unos segundos y comprendes su mundo, el cual es duro y en constante sufrimiento. Aun así, ella mantiene la esperanza y se llena de vida con música.
Es raro encontrar a una persona que diga abiertamente que no le agrada escuchar música. La mayoría sin dudarlo hasta llega a cantar su canción favorita o el hit del momento. Claro que no podemos compararlo con un musical, pero si echamos nuestra imaginación a volar terminaríamos en un episodio muy “simpsoniano”. Lo mejor de todo es que solemos aplicar canciones populares en momentos clave. Si está lloviendo, por ejemplo, seguro pensamos en la misma tonada (aun sin tener un paraguas en mano). No es que estamos amalgamados, simplemente que compartimos una cultura, una educación similar. Sin embargo, llegaríamos a un punto donde podremos no estar de acuerdo o incluso no tener la menor idea de lo que se habla.
Jean-Luc Godard ha expresado en varias ocasiones su disgusto por los patrones o tendencias predeterminadas. Ha realizado filmes que atropellan a la lógica y la deja en coma por unos momentos para después aniquilarla con lo más absurdo que tenga a la mano. Si bien pueden no ser del gusto de muchos, sus ideas o conceptos han sido aceptados y demuestran que lo principal en un audiovisual es mostrar y hacer sentir.
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