Por esos años se publicaba trimestralmente en Chile la revista
“Primer Plano”, en cuyas 120 páginas se incluían críticas a
películas, entrevistas a cineastas como Costa-Gavras, especial
Truffaut, especial cine checoslovaco, dossier del cine surrealista,
en fin un completo documento de lo que sucedía en el panorama
cinematográfico de ese momento. Raúl Ruiz y Littin daban que hablar
con Tres Tristes Tigres y El chacal de Nahueltoro, Aldo Francia
acababa de estrenar “Ya no basta con rezar”. En la música Víctor
Jara y Quilapayún llenaban estadios. Manuel Calvello dirigía
Televisión Nacional, y en las calle la ciudadanía intentaba hacerse
del poder. Entonces los cineastas de la Unidad Popular
decidieron escribir este manifiesto del cual me he permitido subrayar
algunos puntos por su lucidez y sensibilidad. Y dice:
Declaramos:
1. Que antes de cineastas, somos hombres
comprometidos con el fenómeno político y social de nuestro pueblo y
con su gran tarea: la construcción del socialismo.
2. Que el cine
es un arte.
3. Que el cine chileno, por imperativo histórico,
deberá ser un arte revolucionario.
4. Que entendemos por arte
revolucionario aquel que nace de la realización conjunta Del artista
y del pueblo, unidos por un objetivo común: la liberación. Uno, el
pueblo, como motivador de la acción y en definitiva el creador, y el
otro, el cineasta, como su instrumento de comunicación.
5. Que
el cine revolucionario no se impone por decreto. Por lo tanto, no
postulamos una forma de hacer cine sino antes tantas como sean
necesarias en el transcurrir de la lucha.
6. Que, no obstante, pensamos que un cine alejado de las grandes
masas se convierte fatalmente en un producto de consumo de la élite
pequeña burguesa que es incapaz de ser motor de la historia.
El
cineasta, en este caso, verá su obra políticamente anulada.
7.
Que rechazamos todo sectarismo en cuanto a la aplicación
mecánica de los principios antes enunciados, o la imposición de
criterios formales oficiales en el quehacer cinematográfico.
8.
Que sostenemos que las formas de producción tradicionales
son un muro de contención para los jóvenes cineastas y en
definitiva implican una clara dependencia cultural, ya que dichas
técnicas provienen de estéticas extrañas a la idiosincrasia de
nuestros pueblos.
9. Que sostenemos que un
cine con estos objetivos implica necesariamente una evaluación
crítica distinta, afirmamos que el gran crítico de un film
revolucionario es el pueblo al cual va dirigido, quien no necesita
“mediadores que lo defiendan y lo interpreten”.
10. Que no existen filmes revolucionarios en sí. Que éstos
adquieren categoría de tales en el contacto de la obra con su
público y principalmente en su repercusión como agente activador de
una acción revolucionaria.
11. Que el cine es un derecho del pueblo y como tal
deberán buscarse las formas apropiadas para que éste llegue a todos
los chilenos.
12. Que los medios de producción deberán estar al
alcance por igual de todos los trabajadores del cine y que en este
sentido no existen derechos adquiridos sino que, por el contrario, en
el gobierno popular, la expresión no será un privilegio de unos
pocos, sino el derecho irrenunciable de un pueblo que ha emprendido
el camino de su definitiva independencia.
13. Que un pueblo que tiene cultura es un pueblo que
lucha, resiste y se libera.
CINEASTAS CHILENOS, VENCEREMOS.”
Es bastante sorprendente para nosotros, sumergidos en un apático
quehacer, el entusiasmo, un tanto ingenuo a nuestros actuales ojos,
con el que los cineastas chilenos de esa época entendieron su labor
de artistas. Este manifiesto es a su vez una declaración de
principios políticos, y un rayado de cancha artístico, en el cual
la creación cumple un rol fundamental en la lucha por una sociedad
más justa, más feliz, más realizada. Aparece entonces el punto más
destacable del manifiesto, vale decir, su comprensión del
arte como una experiencia creativa, más que como un producto o un
resultado, en donde los jueces no son los severos portadores de la
verdad sino el pueblo, y en un último término los seres humanos que
participan de la experiencia de la creación. Poco importa si el
resultado es arte o no, a pesar del segundo punto del manifiesto, el
método y los objetivos que la inspiran y posibilitan, son los
verdaderos valores que dan peso a una obra. Podemos
entenderlo entonces como un cine revolucionario, y no sólo de
izquierda, ya que saca el arte del Olimpo y su cómodo lugar de lo
sublime, para desacralizarlo y volverlo artesanía, documento,
recuerdo, alegría, encuentro, unión, en definitiva para que su
belleza esté fundada en el tiempo, el trabajo y las ideas
compartidas y no en su cumplimiento o ruptura con las estéticas y
técnicas extrañas y elitistas con las que se pretende juzgar el
arte.
35 años después, golpe, dictadura y transición mediante, ¿Qué
herencia han rescatado los cineastas chilenos actuales, de esos
padres lejanos y ausentes? Muy poca. Evidentemente producir
cine bajo el prisma del manifiesto de los cineastas de la Unidad
Popular sería un anacronismo, de partida por que ya no estamos en la
Unidad Popular. Sin embargo, también es vergonzoso o al menos
misterioso el hecho de que sea tan poca la herencia de esa escuela
cinematográfica en los nuevos realizadores. Existe la Escuela de
Cine de Chile, en donde enseñan varios de los técnicos y cineastas
de esa época, pero en los egresados de ese lugar no se ve una
influencia clara de sus lejanos antecesores. En la memoria de los
sectores de derecha y de centro existe el antiguo prejuicio de que el
cine chileno es fome, muy politizado y con mucho garabato y
ordinariez. La historia del cine chileno está bloqueada,
como tantas otras historias y memorias. Ni el gobierno, ni
las organizaciones artísticas y culturales chilenas han sido capaces
de rescatar el riquísimo patrimonio cinematográfico y artístico
chileno, y cuando se ha hecho ha sido bajo un marco amarillento y
políticamente correcto. Tv nunca ha programado el cine de esa época,
películas rebosantes de premio y valor histórico. En los últimos
años la Cineteca Nacional, albergada en un frío y subterráneo
edificio ha hecho algún esfuerzo. Pero antes rescatar la
herencia negada, tienen que haber herederos interesados.
Tal vez inconscientemente el cine chileno sí ha rescatado una
herencia de su historia creativa, aquella del “boom” de películas
picarescas y populares de los años 40. Un evento mucho más lejano
que el de los cineastas de los años setentas pero que sin embargo ha
tenido repercusiones en las nuevas expresiones encontrando sus
extensiones en películas como El chacotero Sentimental, Sexo con
Amor, La fiebre del loco, o el mismo che copete. Más suspicacia nos
despierta entonces el hecho de que Chile no se anime a mirar el cine
de un periodo, que es cierto, ha sido uno de los más difíciles y
dolorosos de su historia.
Sin embargo no es mi intención juzgar a los nuevos
creadores por esa obstinación, mal que mal nos podemos poner
sociologistas y plantear que cada época produce el cine que la
representa. La Unidad Popular un cine político y, valga la
redundancia, popular, la dictadura muy poco cine, salvo Caiozzi y
Cristián Sánchez (no el periodista facho que cubrió el golpe sino
el cineasta que hace unos cursos muy buenos en la facultad de artes
de la chile y cuya película “El Zapato Chino”), y la transición
un cine elitista, comercial o, en su versión un poco más
interesante, un cine de la clase alta inserta en el sistema en el que
vivimos. Sin embargo me parece que vale la pena que los jóvenes
realizadores se encuentren y se pongan a pensar qué hacer con esas
handycam y el Adobe Premiere pirateado que tienen en sus casas, que
podrían dar, un esperado, nuevo auge a nuestro cine.
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