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miércoles, 8 de abril de 2015

Al cine de Antonioni regresa París


París, Francia.- Al italiano Michelangelo Antonioni el cine le debe una porción de sí mismo, una deuda que desde hoy enmienda la Cinemateca Francesa con una muestra dedicada al hombre que rodó películas sin relato, filmó el silencio y, a sabiendas, inventó el cine moderno.

Cuando el Festival de Cannes estrenó "L'avventura" en 1960, la platea aulló acusando a su autor de no hacer cine, sino otra cosa. Entonces, a sus 48 años, Antonioni lloraba.

La película, que obtuvo el Gran Premio del Jurado y desencadenó una encendida defensa intelectual, se levantaba a partir de la desaparición repentina de su protagonista para narrar el indolente romance que unía a su prometido con una amiga de esta; el enigma no se aclaraba nunca.

En su lugar, Antonioni filmaba los tiempos muertos, el errar amoroso de unos personajes cuya incertidumbre, tras la pista del existencialismo de Albert Camus y la literatura de Cesare Pavese, fundaba el cine moderno.

"Fue un shock" -confirma a Efe el comisario de la exposición Dominique Païni-; "era el primer gesto de un cineasta que rodaba sobre algo tan contemporáneo como la indiferencia, que daba cuenta de la transformación de una época".

Antes, el italiano había dirigido la fundacional "Il grido" ("El grito", 1957), una cinta que ya prefiguraba el discurso de "L'avventura" y las posteriores "La noche" ("La noche", 1961) y "L'eclisse" ("El eclipse", 1963), todas ellas dentro de la famosa trilogía de la incomunicación, cima de una obra -avisa Païni- "aún vigente".

Exdirector de la Cinemateca, Païni contó con la colaboración de la viuda del director, Enrica Fico Antonioni, para esclarecer las inquietudes de un "tipo sentimental" cuyo archivo personal -cerca de 46.000 piezas entre libros, dibujos y recuerdos- se despliega íntegramente ante el visitante.

"La historia del cine también es, a su modo, la historia del cine de Antonioni", resume a Efe el historiador y crítico de los "Cahiers de Cinéma", Jean Douchet, mientras escruta el despliegue gráfico de las salas.

Sustentado en una retrospectiva paralela de la filmografía del cineasta, el recorrido expone además la serie pictórica "Le Montagne Incantate" (Las montañas mágicas), fruto de la constante exploración artística de un creador que, recuerda Païni, "siempre evitó mirar atrás".

"El pasado no me interesa, mi única alternativa es el futuro", había confesado Antonioni en 1982 al joven crítico francés Serge Toubiana.

Tres décadas más tarde, Toubiana, actual director de la Cinemateca, recuerda emocionado ante la prensa la "inesperada humildad" del autor italiano, "un cineasta que quiso ser artista, viajero, pintor, fotógrafo; un inventor de formas".

Criado junto al delta del Po, en una familia humilde de Ferrara, el joven Antonioni aprendió el oficio en los rodajes de Roberto Rosellini, referencia del neorrealismo y padre de un cine de raigambre católica y gran audacia formal que sacó las cámaras a la calle para capturar la Italia de la posguerra.

Como su coetáneo Federico Fellini, Antonioni pertenecía sin embargo a una nueva estética, la de un país que emergía de sus propias ruinas en las urbanizaciones burguesas, los extrarradios urbanos y el triunfo arquitectónico del hormigón.

Era el horizonte hostil que retrataban sus películas, una geografía de grúas y solares desiertos, de espacios inabarcables atravesados por los actores fetiche del autor: Lucía Bosè, Monica Vitti o Marcello Mastroianni, entre otros.

Castigadas por el tedio -o peor, la soledad-, sus criaturas sufrían no tanto porque el mundo fuese injusto, sino porque no lograban entenderlo.

De natural reservado y silueta alargada, Antonioni ya había cambiado la historia del cine cuando una parálisis cerebral le apartó de los rodajes en 1985, condenándole al mutismo.

Contaba Vitti que el médico que atendió al director reveló más tarde que su enfermedad recibía el sobrenombre vulgar de "virus de la incomunicación", el mismo término con el que la crítica, años antes, había bautizado su cine.

"Le obsesionaban los silencios y se le acusó repetidamente de ser un cineasta hermético", concuerda Païni, antes de precisar que sus películas, en el fondo, nunca han dejado de revisar el mismo relato: "una sencilla historia de amor". 

Por Carlos Abascal Peiró/EFE
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